Cavidad vacía, cascarón hueco,
mi casa huele a sal muerta,
a cama lavada con mentiras,
a concha abierta que ya no me nombra.
Tu olor quedó pegado al aire,
espuma seca en los pliegues de la almohada,
mordida de fantasma,
suavecito, suavecito —como decías tú—
pero ahora quema.
La mesa cojea,
una pata rota,
un grito que no sale.
Cuatro paredes sostienen el eco
de tus gemidos prestados.
Yo también buceo,
en lo oscuro,
sin aire, sin brújula,
buscando en mi lengua tu sabor de otro,
el filo tibio de tu ausencia.
Mis manos ya no son manos,
son pinzas torpes,
crujen, buscan, no encuentran.
Cangrejo sin casa, sin costa,
repito tu nombre y se disuelve.
El mar no me quiere,
la espuma me escupe.
Eras mi eternidad circular,
ahora soy la marea que retrocede,
la carne que no olvida,
el signo roto, el silencio que respira sal.

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