jueves, 13 de noviembre de 2025

El Dolor y el Mapa

 He visto mi sombra en su mirada,

y no estaba yo.

El amor, ese antiguo laberinto,

me mostró pasillos vacíos

donde antes dormían nuestras voces.


No fue la traición lo que me quebró,

sino su calma después del naufragio.

Su indiferencia —tan pura, tan perfecta—

fue más filo que el puñal.


Comprendí entonces que el dolor

también tiene geometría:

una forma que se repite

como el eco en los patios de la memoria.

Y comprendí, también,

que la compasión no absuelve,

solo ilumina la herida.


Puedo entender sin justificar,

amar sin entregarme del todo,

perdonar sin regresar.

Puedo decir su nombre

como quien recita un verso olvidado,

y seguir andando,

aunque el mapa del alma

ya no marque su casa.


Porque, al final,

toda pérdida es una forma del destino,

y todo amor,

una forma del olvido.

Lepidosaurio

 En la penumbra donde se quiebran los juramentos,

te miro —aún te miro—

y el alma se me astilla con la calma de los días que no fueron.


Sé que buscaste aire,

una rendija en la jaula del nosotros,

y en tu huida hallaste una piel tibia,

una sombra que te envolvía como promesa.


El  abrazó a él, a su boa, 

también me rodeó el pecho,

me apretó los sueños hasta volverlos gritos.

La vi morder tu risa,

su lengua era fuego,

y mientras a ti te daba vida,

a mí me sorbía el alma.


Pero no te odio.

El amor que tuvimos aún late bajo las ruinas,

como un río que no entiende de incendios.


Comprendo tu error —tu escape,

ese salto ciego hacia un instante donde creíste ser otra.

Todos hemos huido alguna vez del hambre del amor.


Si me perdono, es para salvarme;

si te perdono, es para liberarte.


Porque aún en mi ahogo,

cuando la boa me ciñe el cuello de los recuerdos,

siento que te amé de verdad,

y que amar, aunque duela,

es también aprender a soltar.

Casita Cangrejo

 Tenía el mar su guarida,

una choza de arena y pecado,

donde un cangrejo escondía la vida

que yo nunca había sospechado.


Allí, entre algas y espuma de vino,

mi mujer deshojaba su piel,

con un tipo sin rumbo ni destino,

que juraba morir por placer.


Yo creía en la fe de los anillos,

en el café de las seis y los besos,

y ella andaba dejando pestillos

en la casa del crustáceo travieso.


Dicen que el amor, cuando pica,

se parece al mar cuando engaña:

te promete ser calma bendita

y te arrastra a la orilla con saña.


Ahora paso frente a esa casita,

la del cangrejo y su huésped mortal,

y le brindo con ron mi derrota infinita,

por la hembra, el engaño… y el mar.


Y aunque el dolor ya no muerde,

ni me importa quién duerme en su lecho,

a veces el alma recuerda

que fui náufrago en su lecho.

Cruzar el Umbral

 Entraste sin llave en un reino cerrado,  

pisaste con sombra mis horas más claras,  

dejaste huellas de un frío que no olvido,  

y en el espejo quebrado, tu rostro quedó.


No busco venganza ni furia ni odio,  

solo que entiendas el peso que arrastras,  

porque en ese infierno donde te enroscaste,  

quemaste más que piel, quemaste un alma.


No te hablo con rencor, ni con voz quebrada,  

te hablo con la calma de quien sabe que duele,  

que romper un pacto es romperse uno mismo,  

y que en la ausencia queda un eco profundo.


Si tomaste mi cuerpo, no robaste mi historia,  

si me dejaste rota, seguiré reconstruyendo,  

porque aunque duela y pese esta herida abierta,  

soy más que un reflejo en tu desdén efímero.

Entre monstruos y santos



Anoche bajé la escalera de tus silencios,  

me enroscaste como un verso viejo,  

y vi tu alma rota, hecha trizas,  

pero no me fui, ¿para qué? si te amo a rabiar.


Me diste un puñetazo en la boca y en el orgullo,  

limpié con el puño mi rabia y tu desprecio,  

y aunque te hiciste a un lado,  

aquí sigo, dándole vueltas al desamor que no se va.


No soy santo ni monstruo,  

pero llevo en la piel la marca de tus uñas,  

y te juro que duele más quererte  

que odiarte hasta perder el sentido.


Vestiste tu piel de santo con un pañuelo,  

yo la manché de cigarro y de cerveza barata,  

pero aquí estoy, preso de tus heridas,  

amando lo que me destruye y lo que me salva.


Y aunque me mueras poco a poco,  

aunque me arranques pedazos con tu indiferencia,  

te amo en esta ruina, con la rabia de un poeta,  

que no sabe si reír o llorar por ti.